Eduardo Bautista
 
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El hospital de la locura (Parte 1)

El hospital de la locura

 

NOTA: Esta historia, ciertamente es muy larga, así que la subiré por partes. Espero que les guste.


    No recuerdo porque lo hicimos. Tan solo buscábamos material adecuado para nuestro programa en línea, un blog en vivo en YouTube sobre las cosas sobrenaturales que, a pesar de que hoy en día casi nadie cree en ellas por considerarlas poco menos que un fraude, cada fin de semana subíamos un nuevo video a la red. Nos pasábamos el resto de la semana buscando lugares donde pudiera haber sucedido algo paranormal, y frecuentemente íbamos hacia alguna construcción abandonada (de cualquier tipo: casas, mansiones, hospitales), algún cementerio o cosas por el estilo. Si teníamos suerte, de vez en cuando grabábamos algo digno de ser grabado, sin embargo, en tales ocasiones se trataba solo de eventos de poca importancia: puertas que se mueven lentamente, sonidos peculiares, leves ráfagas de viento, etc., etc. Si debo ser franco, en general el programa era un rotundo fracaso. Pero aun así, seguíamos haciéndolo. ¿Por qué? Nos gustaba. Y además era entretenido, si no conseguíamos ver cosas que nos asustasen, por lo menos ir a pasar un buen rato con los amigos. En fin, hacíamos el blog, no recibíamos pago y todo quedaba en paz. Con todo quiero hacer constatar al lector que lo que a continuación voy a relatar no fue ni remotamente producto de mi mórbida imaginación; todo lo que diré fue y es un hecho factible, tanto como el que la Tierra y los demás planetas giran alrededor del Sol. Si he perdido la razón es consecuencia inmediata de lo que paso en el hospital. En caso de que no me crean tengo en mi poder las grabaciones que pude hacer del lugar y todo lo que en el aconteció. Si en el futuro fuera total y absolutamente necesario, las mostrare al público, no solo a través del blog, sino difundiéndolas al máximo por todos los medios existentes tanto como me sea posible y recalcando la autenticidad del evento y, asimismo,  suplicando a todo aquel que, atraído por nuestra aventura, decidiese ir al hospital también a investigar un poco, que desista de sus pretensiones, si es que quiere seguir con vida y no solo eso: perder la cordura en el intento. Bien, creo que, dicho esto, puedo dar comienzo ahora a mi relato, que en esta ocasión, realizare en forma escrita.

 

1

 

    Era un sábado cualquiera. Max, como siempre, realizaba pruebas de micrófono antes de empezar a hacer la grabación. Mike revisaba el buen estado de la cámara. Norma conversaba con Daniel, quien a su vez verificaba el adecuado funcionamiento del equipo; laptops, cables de corriente, espectrógrafos, baterías de repuesto, walkie- talkies, etc., el cual siempre cargábamos en mi camioneta. Yo iba al volante del vehículo. Todo normal hasta entonces: mientras escuchábamos Hallelujah de Rammstein, de repente Max dijo:

    —Miren allá, debe de ser aquel

    Y tenía razón. El viejo, destartalado y abandonado Hospital Psiquiátrico Santa Anita se vislumbraba a esa distancia debido a su altura, poco común para la época en que había sido construido. Era un edificio de cinco pisos y unos veinte metros de alto. A su alrededor se hallaban varios árboles, arbustos y demás vegetación. Por lo que sabíamos gracias a nuestras investigaciones previas del lugar, se trataba de un sanatorio que había sido erigido hacia 1896, destinado principalmente para el cuidado y atención de personas con tuberculosis, pero con el tiempo también se dio acopio a bastante gente con enfermedades mentales. Sin  embargo, hacia los primeros años del siglo XX, no se sabe con precisión la fecha, se cree que, tras el cada vez más grave historial de experimentos que se realizaban con los pacientes ingresados, el hospital fue clausurado por disposición del gobierno. No obstante, antes del día de su cierre definitivo (que nosotros fijamos un 8 de junio del año 1903), el inmueble fue parcialmente destruido por un gran incendio, el cual tuvo su origen, según investigaciones posteriores, desde dentro del lugar. No se tienen más detalles de la causa del incendio; a raíz de él perecieron cerca de 100 personas. Una abominable tragedia. Se decía que, al paso de los años, podían oírse dentro del recinto ciertos sonidos nada naturales y que la sola presencia del hospital era suficiente para aterrorizar a quien se acercase demasiado a él. Con todo, nos proponíamos hacer una visita al sanatorio y (idea estúpida de mi parte, con el propósito de aumentar el número de visitas de nuestro canal de YouTube) no solo eso; encerrarnos ahí una noche y grabar todo acontecimiento fuera de lo común que se presentara durante el trascurso de nuestra estadía. Así que al llegar, puse la camioneta en punto muerto, cerré el contacto y retire la llave. Mis amigos abrieron la puerta corrediza y se apearon. Max y Mike comenzaron a sacar el equipo. Eche un vistazo hacia la ennegrecida construcción. En verdad la presencia del inmueble daba cierto aire de abandono, muerte y desolación al lugar. Sin que yo pudiera evitarlo, sentí un terrible escalofrió que recorrió todos los poros de mi cuerpo. Percibí con el rabillo del ojo que alguien hacia un movimiento y al darme la vuelta, vi que Norma también se estremecía. La mire por un rato y luego puse un brazo sobre sus hombros.

    — ¿Miedo? —le pregunté con sorna.

    — ¡No, no! —se apresuró a contestar ella—. Es solo una corriente de aire frío la que me hizo temblar así. ¿Y tú? Vi que temblabas como niñita asustada.

    —Jajaja, quizás, ¿Por qué no? Pero debió de ser por el aire frío como tu bien dices —me sorprendió que ella detectase el sarcasmo de la frase; se limitó a soltar una carcajada.

    Daniel tomaba fotos del hospital con su celular. De repente grito:

    — ¡Hey, chicos, vengan a ver esto!

    Un poco tensos, un poco emocionados, fuimos a ver lo que Daniel señalaba con el dedo. Nos llevamos una leve decepción cuando vimos que se trataba de una casa de campo a un lado del edificio, común y corriente.

    — ¿Y que con eso? —dijo Mike

    —Pues que quizá haya alguien ahí que nos pueda dar información sobre el hospital —respondió.

    —O la llave de entrada… —agregó Mike, persuasivo.

    —¿Y cómo piensas convencer a quien sea que viva ahí de que nos entregue la llave? Esa persona podría pensar que queremos entrar a robar o algo así—le dije.

    — ¡Por favor! Solo mira el hospital; esta jodido hasta los cimientos —me respondió Daniel —. Es obvio que la persona que viva ahí no va a pensar que vamos a robar algo. A veces me pregunto ¿Qué clase de mierda pasa por tu cabeza?

    Los demás rieron al escuchar eso. Yo, antes solía ponerme furioso al oír esas discrepancias, pero ahora conocía lo suficiente a Daniel como para darme cuenta de que lo decía, mitad en broma, mitad en serio. A pesar de ello, hice lo que siempre hago al ser insultado: le di un puñetazo en el hombro. Antes sonreí, para dejar en claro que aquello no debía de pasar de ser más que una broma. Él también sonrió burlonamente, me devolvió el puñetazo y antes de que nos diéramos cuenta, Max ya iba camino hacia la casa. Los demás nos apresuramos a seguirlo. Al llegar, Norma toco la puerta, pues no había timbre. Al tercer golpe, nos abrió un anciano que a juzgar por su postura, debía tener unos sesenta años, mínimo. Un enorme y sin duda singular absceso se notaba en su barbilla. Evitamos hacer comentarios obscenos al respecto, pero antes de que alguno de nosotros pudiera pronunciar palabra, el viejo espetó:

    — ¡¿Que hacen ustedes aquí?! ¿Se les perdió algo?

    —No, nada —dijo Max —. Es solo que queríamos pedirle un pequeño favor…

    —No es algo que tenga que hacer para entrar en el hospital abandonado ¿verdad? —inquirió el anciano, suspicaz.

    Intercambiamos miradas.

    —No señor, nada de eso —respondió Norma —. Quizás tiene que algo que ver con el hospital, pero…

    — ¡Entonces no me veré involucrado en nada que tenga que ver con ese hospital, aunque sea solo para entrevistarme! —declaro el viejo —. Lo siento. Asunto terminado —dijo y se disponía a cerrar la puerta cuando Mike exclamó:

    — ¡Cuidado!

    — ¿Cuidado con qué? —decía y antes de que se diera cuenta, Mike le asestó una patada directo en los testículos y cogió el llavero de su bolsillo trasero. Sin pensarlo, echamos a correr despavoridos. El viejo, antes de incorporarse no sin cierta dificultad, grito de rodillas, iracundo:

    — ¡Malditos mocosos hijos de puta! ¡Se arrepentirán de querer entrar! ¡¡Ya lo verán!!

    No obstante, no hizo ningún intento de persecución. A lo lejos pudimos ver que se levantaba y cerraba de un portazo.

    Hoy no puedo sino lamentar que no hayamos escuchado al anciano y, a pesar de mi jodido orgullo, admitir que tenía razón. Mucha razón. Nunca debimos haber entrado ahí.




Eduardo Bautista  
  Escritor
26 de Diciembre 1996
 
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