Eduardo Bautista
 
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Al anochecer

Al anochecer

      La tarde llega rápidamente a su fin. La vasta e impenetrable penumbra nocturna está a punto de hacer su aparición. No tengo mucho tiempo. Ellos estarán aquí muy pronto.

   Mi nombre es… no, no puedo recordarlo; los últimos acontecimientos han trastornado hasta tal grado mi memoria y mi capacidad de pensar lógicamente. Pero, para que a los policías y al cuerpo de medicina forense les sea posible reconocer mi futuro cadáver, diré que soy de estatura promedio, complexión escuálida, tez blanca, ojos pardos, cabello negro, boca de labios gruesos, nariz respingada y mandíbulas redondeadas. Sin embargo, nada de esto es distintivo en mi aspecto personal. Lo que deben buscar inmediatamente es la cicatriz. Es un pequeño tejido de piel semi-regenerada en forma ovalada, similar a un huevo de gallina. Se ubica en el lado derecho de mi cuello. No puedo dar más detalles al respecto. No obstante, debo preveniros acerca de algo. Cuando encuentren mi cadáver deben rociarlo con agua bendita y posteriormente deben quemarlo sin la menor vacilación. Me temo que si les revelase por qué deben hacerlo así, darían media vuelta y huirían despavoridos. Así que me veo obligado a omitir esa explicación. Por el bien de todos.

    Trataré de describir las causas que me llevaron a dirigirme a ustedes por este medio. Primero que nada; madre, padre, quiero que sepan que nada de esto lo hice para mi beneficio: solo trataba de hallar una cura para la enfermedad de mi hermana, sin tener la menor idea del mal que en realidad le estaba causando. Nunca, ni ella ni yo, tuvimos la verdadera intención de lastimar de aquella manera a todas esas inocentes personas del pueblo, lo hacíamos solo con el fin de promover nuestra propia supervivencia. Los amo y siempre los amaré, a pesar del tormento que sé, me aguarda en el purgatorio.

    Con todo, lo anterior no es, ni remotamente, el motivo primordial del que yo escriba esto. Helo aquí: hace apenas unas horas descubrí algo que me impacto sobremanera a los sucesos ya mencionados. Un hecho insólito, hasta hoy, en la historia de nuestra especie. Descubrí la Fortaleza. Sé dónde está y como llegar a ella. Pero mucho lamento que haya sido descubierto mientras yo descubría esto. He tenido que vérmelas con ellos y, o bien gracias a mi destreza al momento de emprender la huida o a la propia suerte, he salido avante. Ahora me encuentro escondido; no diré donde, por si esta carta fuera interceptada. Sin embargo, a estas alturas ellos ya deben de saber mi ubicación actual; ellos lo saben todo sobre ti: no sé exactamente bajo qué criterios se basan para elegir a sus víctimas, lo cierto  es que, una vez que te han elegido, estás condenado a morir de una manera horripilante, para después, a través de un ritual tan macabro, sádico y demoniaco que no me atrevo a recordarlo más a fondo (pues fui testigo del mismo mientras era ejecutado con María; nunca pude recuperarme del tremendo golpe psicológico que dicha experiencia representó para mi), convertirte en uno de ellos. Esa es la parte de mí que he llegado a odiar incluso más que a Él; es decir, la parte en la cual soy como ellos, acecho como ellos (trato de evitarlo en la medida de lo posible), y, ¡oh, Dios Santo, como desearía nunca haber acudido a ellos! ¡Soy un asesino! ¡Mato tan brutalmente como ellos! ¡Quisiera estar muerto, pero por desgracia, estar vivo o muerto ya no es muy diferente para mí!

    Bueno, debo ser rápido, claro y conciso. El siguiente texto los conduce al tesoro. Uds. saben de qué hablo. Analizándolo, sé que alguien en el futuro podrá descifrar su significado y así, ir a la Fortaleza a plantarle cara a Él y así, por fin acabar con todo esta red putrefacta de conspiraciones, rituales y asesinatos. La frase es: “A la luz del alba, al amanecer del séptimo día después de concluir el sexto mes, vigilar el flanco oriente. Un amplio firmamento rojo podrás observar." Esa será la señal. Deberás viajar el mismo día al atardecer, hacia tierras escandinavas, hasta el castillo de Bran. Una vez ahí, ubicarás, en la antigua sala del lugar, un enorme espejo. Frente a él, debes con una cruz en mano decir: “Bajarás al sepulcro en madurez, así como a su tiempo se recogen los haces de trigo.”, citando esta sentencia de Job, en su capítulo 5, versículo 26. Sentirás una súbita corriente de aire frío mientras lo haces. NO te detengas. Cuando hayas terminado, por un momento parecerá que no ha ocurrido nada. Aguarda. Es crucial que no pierdas la calma. Luego, sin previo aviso, lo veras a Él, en su forma genuina, sin disfraz alguno, parado detrás tuyo, reflejado en el espejo. NO lo mires a los ojos, por muy aterradora que sea la visión. Sin hacer contacto visual y antes de que logre capturarte (porque no te matará), date la vuelta y clávale la cruz en el pecho. Eso es todo. No lo matará; Él es inmortal, pero podrás vengar a todas sus víctimas (entre ellas yo) y, por ende, éstas podrán finalmente descansar en paz.

    Ahora está oscureciendo. La tenue luz añil de esta puesta de sol, la última que veré, es tan hermosa. ¡Como quisiera que María estuviese a mi lado para contemplar juntos esta bella escena! Pero incluso ese placer se me ha negado. Estoy condenado a morir solo, a sufrir eternamente, en represalia por el fatal error que he cometido.

    Ha anochecido ya. Los oigo. Ellos están aquí… 


Eduardo Bautista  
  Escritor
26 de Diciembre 1996
 
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