Eduardo Bautista
 
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Silueta en la oscuridad

Silueta en la oscuridad

    Generalmente, después de acabar las fiestas y/o reuniones familiares, más o menos entre la medianoche y la una de la mañana, voy hacia la sala de mi casa (mi cuarto está ocupado albergando “visitas”, a petición de mi madre), me recuesto y ni lerdo ni perezoso me quedo dormido en el sofá. Esta vez no fue la excepción. Mi última impresión antes de caer en la somnolencia fue la del rumor de las risas estruendosas de mi padre junto con sus cuñados, los cuales se encontraban afuera fumando, así como el notable olor a sudor y alcohol que había quedado impregnado en la sala tras “convivir un rato en familia”. En fin. Fue entonces cuando caí vencido por el sueño.

De repente, sin saber cómo ni por qué, me despierto en algún punto de la noche. Mantengo cerrados los párpados, no así los ojos. A través de ellos, alcanzo a atisbar una gran fuente de luz que al instante se apaga. No entiendo que ha pasado; normalmente duermo como un tronco en días de fiesta como este. No estaba soñando pesadillas ni nada de eso. Ni siquiera recuerdo lo que soñaba. Abro los párpados. Todo está oscuro y silencioso. Ya han apagado las luces, al parecer todos se han ido a la cama. Mi reloj de pulsera digital me dice que son las 3: 14 de la mañana. Suponiendo que quizá haya sido uno de esos sueños cortos o como sea que les llamen me dispongo a recostarme de nuevo. No obstante, percibo movimientos en la sala. Levanto un poco la cabeza, lo suficiente para ver alrededor. Mis ojos se han adaptado parcialmente a la oscuridad, por ello distingo una silueta humanoide que se recorta en la penumbra. La silueta se queda estática al percatarse de que la observo. Pensando que tal vez fuera mi padre bajando a hurtadillas en la noche para beber más cerveza, no le doy mayor importancia al asunto y rápidamente vuelvo a quedarme dormido.

Al amanecer, el rugido de mi estómago me indica que debo “bajar a asaltar las sobras de ayer”. Oigo ruidos, como si estuvieran varias personas platicando. ¡Claro, el desayuno! No me perdería el desayuno por nada del mundo. Me incorporo bruscamente y al hacerlo noto de manera inconsciente que los ruidos callan de pronto. Miro y descubro, con cierta sorpresa, que la sala está vacía. ¡Qué raro!, si hace un momento me pareció escuchar voces, pensé. En la mesita de roble al lado del sofá se encuentra una nota.  Intrigado, estiro la mano derecha para tomarla. Garabateadas con premura, se podían leer las siguientes palabras: “Por favor cuando despiertes márcame inmediatamente al celular. Mamá”. Muy confundido me pongo de pie, tomo el teléfono de la casa, marco el número y al punto me responde mi madre. Ella me informo con gran pesar de que mi padre tuvo un grave accidente en la madrugada cuando salía a conducir borracho para ir a comprar más cigarros. Lo trasladaron al hospital a eso de las dos de la madrugada y toda la familia salió presurosa para acompañarlo en su estadía, dejándome solo en la casa, pues era el único que estaba dormido cuando sucedió el percance. Una leve inquietud parpadeo en mi interior, una especie de vago temor. Piensa, estúpido, me dijo una vocecilla en mi mente. Según mi madre, todos salieron con rumbo al hospital hacia las dos de la madrugada y la casa quedo vacía. Súbitamente recuerdo que me levante de mi primer sueño indefinido a las 3: 14 a.m. Me quedé helado. No había nadie en la casa cuando me desperté a mitad de la noche y sin embargo recuerdo que me había parecido ver a alguien en la oscuridad. El más grande de los terrores posibles hace su aparición cuando deduje esto. Y antes de que la comunicación telefónica con mi madre fallara sin razon aparente y antes de darme la vuelta y enfrentarme cara a cara con esos seres, ya sabía que todo estaba perdido.



Eduardo Bautista  
  Escritor
26 de Diciembre 1996
 
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