Eduardo Bautista
 
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Despertando

    Despertando

    Despierto.

    Mis parpados inmediatamente se vuelven a cerrar al tratar de abrirlos, pues la luminosidad del lugar en que me encuentro me obliga a ello. Lo intento de nuevo. Está brillante aquí. Demasiado brillante. ¿Qué es este lugar? ¿Un hospital?, ¿Una prisión? Tiene 4 paredes, un rígido catre y un respiradero. ¿No hay una puerta?

    Piensa… ¿Qué pasó? Algo pasó, ¿dónde estaba anoche?, ¿dónde quedé dormido? Maldición… no puedo pensar. No puedo pensar en nada. ¿Es esto alguna clase de experimento? No puedo pensar. ¡No puedo tan siquiera recordar mi maldito nombre!

    Mira a tu alrededor, idiota, me susurra una voz en mi cabeza. Paredes sólidas; estás encerrado en una habitación. ¡Gran conclusión! ¡Oh, espera un minuto! Estoy en un sanatorio psiquiátrico. ¡Eso es! ¡Soy un desquiciado! O lo era, al menos. Estoy en paz con ello ahora. ¿Estoy curado? ¿Me puedo ir?

    Me encontraba tumbado en alguna superficie desconocida, ni caliente ni fría; así pues, me levanto. Me reviso; estoy desnudo. Aunque bastante limpio, como el resto del cuarto. Todo cuanto me rodea es blanco y pulcro. Está demasiado brillante aquí.

    —¿Hola?… ¿Hay alguien aquí?… ¡Necesito ayuda! —grito. No hay respuesta—. ¡Alguien, por favor, ayuda!

    Camino alrededor palpando las paredes. ¿Dónde está la puerta? Tiene que haber una. ¿Qué demonios? ¡Tiene que haber una puerta!

    No la hay, simples paredes. Miro bajo el catre en busca de algo, lo que fuese. Nada, tampoco.

    ¿Sí estoy en un psiquiátrico? Esto parece tan irreal. ¿Por qué no puedo recordar mi nombre?

    —¡Hey!, al fin te levantaste. —Escucho una voz similar a la de un hombre venir por el respiradero. Corro hacia él emocionado.

—¡Sí! ¿Qué está pasando? ¿Quién eres? —le grito entusiasmado.

—¿No recuerdas nada, cierto? —me pregunta.

—No. No recuerdo nada antes de despertarme, hace un momento.

—No te preocupes —dijo con un tono divertido en su voz—, creo que te irá bien.

¿Me irá bien?

—Por favor —ruego—, ¿dime qué está sucediendo?

Sólo escucho silencio.

—¡Dime! —grito. Se hace eco por el respiradero, y nunca llega una respuesta.

Horas pasan.

Se me ha dejado a solas con mis pensamientos. Intento llegar a los rincones de mi mente, descubrir quién rayos soy. Esto es todo tan ajeno para mí.

Camino por las paredes, sintiendo cada centímetro, buscando una salida. Tiene que haber algo. ¡No es como si este lugar se construyera a mí alrededor! ¿Por qué no puedo encontrar nada? Grito por ayuda hasta que mi garganta se queda seca. Si alguien está escuchando, si ese hombre sigue allí afuera, no va a responder.

Exhausto, me recuesto.

Al despertar encuentro comida. Aparentemente apareció de la nada. Una bandeja con pan, arroz y un filete puestos al otro extremo del cuarto. Hay un vaso con agua junto. Estoy muy hambriento; sin vacilar, camino para comer el platillo. Está delicioso. Cuando me lo acabo, recobro conciencia de dónde estoy.

Me muevo hacia el respiradero y grito: —¿Hola?

—¡Hola! —Escucho de vuelta, en un tono alegre.

—¿Quién eres? —pregunto.

—¿Disfrutaste tu comida? —me da como respuesta.

—¡¿Dónde estoy?! ¡Déjame salir!

—Saldrás pronto. ¡Tenemos que asegurarnos de que estés saludable!

¿Qué? ¿Entonces si soy un experimento? ¡¿En serio soy un jodido experimento?! Estoy suficientemente saludable. Quiero respuestas. Quiero saber dónde estoy.

—¡Déjame salir ahora, desgraciado!

La voz se fue de nuevo. Por más que le grito, iracundo, no me responde, estoy solo.

Repaso mi rutina de buscar por una salida, y claro, no la encuentro. Siento que tengo que hacer mis necesidades, pero no hay baño ni nada parecido aquí. Tengo demasiada dignidad como para hacerlo en una esquina. No dejaré que me vean hacer eso.

Eventualmente me recuesto y lloro. Grito y grito y lloro hasta estar completamente agotado. No tardo en quedar dormido de nuevo.

Algo extraño pasa entonces: sueño.

En mi mente estoy volando. ¡Puedo volar! En lo alto veo tres árboles, ríos; todo iluminado por rayos de sol. Puedo sentir una incómoda sensación en mi estómago y boca. Me duelen un poco. Despierto de nuevo en la prisión. Todavía siento un poco de dolor en mi estómago. Lo sobo con mi mano y palpo algo rugoso. Cuando miro abajo, veo una protuberante cicatriz allí. La misma cosa está en mi mejilla. Estoy asustado, pero más que todo, enojado. Están jugando conmigo. Esperan a que me duerma y comienzan con sus malditos juegos. Miro a las paredes y grito. Quiero salir de esto.

—¿Estás bien? —Escucho esa familiar voz de nuevo.

—¡Me heriste, hijo de puta! ¡Me abriste! ¡¿Qué demonios me hiciste?! —Golpeo el respiradero tan fuerte como puedo. Lo voy a romper. Voy a hacer a golpes mi camino hasta ese hombre y obligarlo a que me dé respuestas. Lo golpeo y golpeo una y otra vez. Mi mano duele demasiado. Creo que la rompí. No me importa. Continúo golpeando y gritando.

—Por favor, cálmate. Siento haberte hecho daño. Lo haré todo mejor pronto. ¿Te sientes sólo?

Me rehúso a contestar. Lo ignoro, justo como él me ignora a mí. ¡Al diablo con él! No parece importarle si respondo o no. No le importo. A nadie, de hecho. Soy un animal, un jodido experimento.

—Por favor, no te preocupes. Las cosas mejorarán, ¡lo prometo! —Y dicho eso, se fue.

Me siento en mi rígida y pequeña cama, viendo a mi mano. No puedo mover mis dedos sin que un punzante dolor asalte mi brazo. Es ahora que me doy cuenta de cuán jodido está esto. ¿Qué me hice? Ese respiradero no se va a mover ni romper, sin importar lo que haga. Nada se va a mover o romper. Estoy atrapado. Eso es todo lo que hay. Estoy atrapado y no me iré a ningún lado.

Mi mente divaga, y el tiempo pasa.

Despierto nuevamente. Otro día más en este jodido cuarto… o dos, o tres, ¡¿eso que carajos importa?! Me han dejado más comida. La voz habla de vez en cuando, diciéndome tonterías encriptadas que ni siquiera trato de entender. Luego duermo. Sueño a veces, no siempre. Algunos son pesadillas. Que las paredes se achican y achican hasta que no queda más espacio para mí y soy aplastado. Mis huesos se quiebran y mis pulmones colapsan. Estoy aterrado. Quiero salir.

Me despierto de nuevo para ser abordado por más dolor en mi cuerpo. Hay una nueva cicatriz en mi pecho a lo largo de mi costilla, y otra en mi cabeza. Éstas se ven un poco más grandes que las usuales, y también duelen más. Pero esto no es, en lo absoluto, lo más inusual del día.

Miro a lo largo de la habitación y no puedo creer lo que veo. Hay una mujer aquí. Una mujer, de unos 17, recostada en el suelo, completamente desnuda. Es hermosa. ¡Es tan hermosa! Estoy lleno de alegría. No sé qué tienen en mente, pero no me importa. ¡Hay otra persona aquí! Alguien a quien puedo tocar, ¡y mirar! Alguien que sé que es real. Que quizá pueda ayudarme a salir de aquí.

Me levanto y camino hacia ella. Toco su hombro y comienzo a hablarle.

—Hey, ¿hola?… Despierta. —Sus ojos parpadean y dirige su mirada a mí. Está asustada. No sé por lo que ha pasado, pero no comparte mi entusiasmo por estar con otro ser humano. Grita y se arrincona en el extremo de la habitación. Intento calmarla, en vano.

—¡Por favor, no! ¡No voy a lastimarte! —digo lo más sosegado que puedo—. ¡Estoy de tu lado! Por favor, cálmate. Confía en mí —Ella sólo queda encogida en el rincón—. Escucha, he estado aquí por tanto tiempo. ¿Sabes algo acerca de todo esto?, o ¿quién nos retiene aquí? —Sólo responde con un callado sollozo—. Bueno, no tienes que preocuparte, ya veremos qué hacer. Saldremos de aquí, ¿sí? Saldremos de aquí. —Me doy cuenta de que puede necesitar algún tiempo para volver a la realidad. Voy al respiradero, dándole su espacio.

—Estará bien —escucho desde dentro del respiradero—, sólo necesita un momento para acostumbrarse. —Y tengo que darle la razón.

Eventualmente, después de horas de llorar, se calma. Me siento con ella e intento hacerle algunas preguntas. Nunca responde; de hecho, no creo que pueda comprender lo que le digo. Pero siento que el sonido de mi voz la calma un poco, así que sigo hablando. Le cuento de mis experiencias de estar aquí comenzando desde que desperté. Intento repasar cada detalle en el que puedo pensar de mi tiempo en esta prisión. Entonces me abraza y me siento increíble. La cálida, suave piel de su desnudo cuerpo contra mí es diferente que cualquier cosa que haya experimentado en esta dura y fría habitación. Corro mis dedos por su cabello y gime ligeramente. Nos sentamos allí en el piso por horas. Ahora veo que sí comprende. A pesar de esta jodida situación, me siento mucho mejor ahora.

Los días continúan pasando. Las cicatrices se desvanecen y ninguna nueva aparece. La comida viene y ahora se nos ha dado el “lujo” de tener un lugar para ir al baño. La chica y yo nos hemos intimado mucho. Incluso hicimos el amor unas cuantas veces.

Estamos sentados en el suelo besándonos. Acabamos de hacer el amor y fue hermoso. Ella confía en mí, y yo en ella. Nunca le haría daño, y nunca dejaría que nadie más lo hiciese.

—Te amo. —le digo, y beso su cabello. Me sonríe y lo repite. Sé que entiende su significado; puedo oírlo en su voz. En lo que se prepara para dormir me prometo que saldré de esta habitación, y la llevaré conmigo.

Entonces pasa. Despierto y no está. Desesperado corro al respiradero.

—¡¿Qué has hecho con ella?! ¡Devuélvemela! —grito.

—¡No te preocupes! —dice la voz a la que ya estoy acostumbrado—, ella está bien. ¡Sólo fue a un nuevo lugar! Es algo en lo que hemos estado trabajando por un tiempo, ¿te gustaría verlo?

Estoy confundido, molesto y asustado. No tiene sentido luchar. Él tiene el control. Tiene mi voluntad. Me seco las lágrimas y le digo que sí. Le ruego, de hecho. Le prometo que seré bueno, que haré cualquier cosa que desee. Que no trataré de huir ni golpear las paredes ni nada malo.

—Sólo por favor, déjame estar con ella. Por favor.

—Pronto. —me responde, casi burlándose con sus palabras.

—¡Por favor! —No puedo hacer esto sin ella. La voz se va y me deja solo de nuevo y me quiero morir. Haría lo que fuese para matarme y terminar con todo esto. Pero no puedo dejarla. Me necesita, y le prometí que nunca la dejaría. Lloro y grito en el rincón hasta que toso sangre. Finalmente vomito y me desmayo del cansancio.

Despierto en un lugar extraño. ¿Es un sueño? Veo que tiene árboles, pasto. El hermoso cielo por sobre mío. ¡No estoy en la prisión! ¡Esto no puede ser real!, pero lo es. ¡Lo es! Un momento, ¿qué significa esto?

Corro. Corro por todos lados buscándola. Me lo prometió. Ella tiene que estar aquí. Comienzo a encariñarme realmente de este lugar. Miro a mi alrededor y veo que todavía estoy confinado. Grandes muros blancos rodean el área extendiéndose por al menos 20 pies sobre el suelo. Me preocuparé por eso cuando esté con ella de nuevo. Por ahora sólo tengo que encontrarla. Los árboles son tan bellos. La naturaleza también; todo lo es, sólo falta ella.

La escucho. Grita de alegría y corre hacia mí. Nos abrazamos y lloramos así como nos besamos apasionadamente. Estoy feliz. Estoy tan feliz porque me dejaron estar con ella de nuevo. Luego de que ambos nos calmamos, decidimos dar un recorrido por el lugar.

Por horas vagamos el área. Quien sea que es nuestro captor, en serio se esforzó en este lugar. Hay un río que fluye a través de la entera instalación. Una inmensa máquina que se alza más allá de los muros y hasta el cielo. Cuando nos acercamos a ella se nos ofrece comida. Toda la comida que podríamos desear. Y toda es deliciosa. Esto es increíble. Nos servimos todo cuanto podemos hasta estar completamente saciados. El hombre del respiradero nunca nos habla aquí, pero sé que nos observa.

Pero nos topamos con algo. Ella sonríe emocionada al notarlo. “¡Mira, mira!”, me susurra. Lo que vemos es un árbol, justo como los otros. Aunque está peligrosamente cerca del muro y suficiente alto como para poder subirlo y saltarlo. Sería una tremenda caída, y valdría la pena sólo para llegar al fondo de todo esto. Esta es nuestra forma de escapar; pero tenemos que ser cuidadosos. Le digo que tenemos que esperar, calmarnos. Si nos apuramos podríamos arruinarlo todo. Ella entiende. Sé que no le gusta. Le digo que espere un día o dos para ingeniar la mejor manera de hacer esto.

Esa noche escucho de nuevo la voz de mi viejo amigo. Está fuera de mi vista, como siempre.

—Olvídalo —me dice—. Sólo disfruta de tu nuevo hogar.

—Prisión —le corrijo—. Esta es una jodida prisión. Y todo lo que he esperado desde que desperté ha sido la maldita verdad, y no he recibido nada de ti. Estás enfermo. He estado aquí, como rehén, por meses, ¡quizá años! ¡Sólo dime quién soy! —Silencio.

Está decidido, saldremos de aquí.

El sol se levanta y hago mi trayecto hasta mi amada. Supongo que estará en el árbol. Cuando por fin llego veo que ya ha escalado la mitad del camino.

—¡Espera! —le grito. Me mira y sonríe. Hace un ademán para que vaya hacia ella. Todavía estoy asustado, pero me doy cuenta de que no me puedo permitir tal cosa. Tengo que darle la cara a estas personas, a estos bastardos. Voy con todo lo que tengo.

Juntos rápidamente nos hacemos hasta la cima del árbol. Ella alcanza la rama más alta y se apoya por el lado del muro. Miro a su rostro y veo una expresión de total y desenfrenado éxtasis. Ha ganado. Lo sabe. Lo que sea que ve al otro lado, sabe que es la libertad. Me sonríe y veo la curiosidad infantil en sus ojos. Sin ser capaz de esperar más, se inclina hacia mí, me besa y sube sobre el muro.

¡Demonios! La escucho llegar abajo con una caída. Ella grita y oigo su cuerpo golpear el suelo del otro lado. Por favor que esté bien. ¡Que nada le haya pasado! Sin pensar me movilizo a la cima del muro y salto de allí.

La caída resulta fuerte para mí también. Cuando caigo sobre el suelo siento un dolor como ningún otro que he sentido de mis cicatrices. Aunque no creo que nada esté roto. Ella está llorando sobándose la pierna. La reviso, pero parece estar bien. Veo algo diferente en ella. Quizá es por la luz; su piel se mira más áspera. Está sucia por la caída, yo también. Finalmente me pongo en pie y reviso en dónde estamos ahora.

Miro arriba en la pared que acabamos de escalar, orgulloso de nuestro logro. Luego escucho algo. Un tanto cerca de nosotros veo otro edificio. Uno grande en forma de platillo con una puerta mecánica que acaba de abrirse.

Caminamos hacia él lentamente, teniendo cuidado de no lastimarnos más. Mis piernas todavía me están matando. Así como nos acercamos, el edificio hace un increíble sonido que nos detiene en seco. Fuera de la puerta caminan… otros. Las únicas otras personas que he visto.

No son como nosotros. Ni remotamente. Son más altos. Son más delgados. Visten con prendas y el tono de su piel es mucho más claro que el nuestro. Tienen que haber al menos dos docenas de ellos. Uno de ellos se nos acerca. Camina hasta unos 15 ó 20 pies de distancia de nosotros y se detiene. Nos mira intensamente. Todo lo que podemos hacer es devolverle la mirada. Cuando por fin habla me golpea con fuerza. Este hombre, este hombre que estoy viendo de cara a cara, es el hombre del respiradero. Él es la voz que me ha enjaulado y atormentado por tanto tiempo.

—¿Pero qué han hecho? —nos dice. No puedo definir por sus grandes y negros ojos si está molesto o triste—. Han arruinado todo lo que hemos hecho por ustedes.

—¡Jódete! —le grito—, ¡no estamos para ser tus malditos esclavos!

Congela su mirada en nosotros por minutos. Voltea a sus compañeros, todavía dentro del edificio. Deja salir un fuerte suspiro y nos mira de vuelta.

—Sabíamos que era sólo cuestión de tiempo. Tendrán que hacer las cosas por su cuenta ahora. Ésta es, me temo, la única forma en que pueden aprender.

No sé qué decir. No estoy seguro de a qué se refiere. No sé tampoco si me interesa. Sólo me lo quedo viendo, abrazando a mi amada.

Camina de vuelta al edificio y la puerta se cierra. La construcción entera se desplaza al aire. En medio de un intenso destello, las paredes y todo dentro de nuestra antigua prisión, desaparece, sin dejar rastro. El edifico volador se eleva más y más hasta que lo perdemos de vista. Finalmente, estamos solos.

Juntos vagamos por el área, buscando respuestas. Estoy comenzando a sentirme intranquilo ahora. Tengo hambre, y por la primera vez que puedo recordar, no tengo comida. No hay ningún dispensador, no hay ninguna máquina, ninguna mágica bandeja esperándome.

Ha sido muy diferente este último par de años. Estábamos tan perdidos cuando se fueron. Me odio por admitirlo, pero quiero volver con ellos. Quiero volver a escuchar su voz y tener mi comida, que me limpien y se encarguen de mí. Lo que comemos ahora sabe terrible. La forma en que vivimos es terrible. Nos ensuciamos. Nos lastimamos. Cuando dormimos ya no somos limpiados ni curados como antes. Nos despertamos de la misma forma en que nos fuimos a dormir.

No fue sino hasta que se fueron que nos dimos cuenta de cuánto los necesitábamos.

Es helado aquí afuera. Tenemos que matar animales que merodean y usar sus pieles para mantenernos calientes. Nos sentimos estúpidos, sucios y sin esperanza. Odiamos en lo que nos hemos convertido. A veces me despierto por la noche y trato de regresar su voz a mi cabeza. Intento hablar con él y seguir esperando y esperando por una respuesta. Pero no la hay. Quien sea que fuesen, se han ido para siempre. Sólo somos ella y yo ahora.

Hemos trabajado fuerte para construir un refugio estable que albergue a nuestra familia. Estamos esperando nuestro primer hijo. Es difícil, pero sé que podemos hacerlo. En la noche, ella se recuesta, cansada. Yo tomo su mano y acaricio su cabello.

—¿Dónde crees que hayan ido, Adán?, ¿crees que alguna vez volverán por nosotros?

Intento ser valiente por ella. —No lo sé, Eva, quizá lo hagan. Nos aman, sé que todavía lo hacen.

Beso su cabello como lo he hecho tantas veces antes. Y espero, más que nada, que lo que acabo de decirle sea verdad.




 
Eduardo Bautista  
  Escritor
26 de Diciembre 1996
 
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